Es
bueno alimentar el cuerpo con sólidas y líquidas viandas. Que no solo con placeres celestiales se sacian nuestras
necesidades. A la carne, carne. Sin más. Pero hay que alimentarse y mineralizarse convenientemente. Ese es el truco. Cuando para ingerir uno de esos pequeños
placeres terrestres que nos ofrece
nuestra restauración nos topamos con una algarabía tal que el hecho de
disfrutar de sabores, olores e imágenes oculares se convierte en un agobio
de prisas, impaciencias y sonidos de
cubiertos caídos al suelo, de platos estrellados en terrazos y baldosas; de idas y venidas; de extraños susurros y hasta de malos modos..., entonces casi aconsejaría
entrar en régimen.
Es bueno incentivar al
ciudadano para que salga de sus casas. Para que pasee. Para que entre en comercios,
bares, exposiciones, iglesias... Que se vea movimiento y así, caminando, se
demostrará tal.
Es bueno consumir para, de esta forma, despertar
nuestra adormilada ciudad. Para que se
levante de una vez. Que en la piltra no se genera riqueza porque la pereza es
muy traicionera.
Es bueno salir y capacear por cosos y aledaños, aunque
sepamos que nos encontraremos más tarde y podremos hablar y tratar todos los
temas necesarios con calma y tranquilidad. Sin embargo, preferimos luego ir con
el tiempo justo para llegar sudando al destino que desde horas antes teníamos
previsto alcanzar.
Sí, es bueno. Es bueno porque no me gusta la soledad
habitual de nuestras calles todos los demás días del año. Que la quietud es muy mala y hasta espanta...
Así, nos alimentaríamos mejor, cultivaríamos mejor la
tierra que nos llevará, en su momento, a otros paraísos y eternos placeres celestiales y nos veríamos,
también, más guapos/as y lozanos/as.
Sí, sería bueno e incluso, de esta forma y manera,
hasta viviríamos...