martes, 1 de mayo de 2012

COPAS ROTAS

  Al hablar del valor de la amistad, de la familia, de los sentimientos, hay que remontarse necesariamente a la experiencia personal. Difícilmente llegaremos a comprender su significado leyendo libros o escuchando canciones. Solo aquel que ha tenido un encuentro personal con el amigo es capaz de entender su importancia, su belleza y su inestimable valor.

El ser humano tiene una dimensión social indiscutible desde los inicios de su vida en este planeta. Todos nacemos insertados ya en una comunidad que es la familia, que pudiéramos definirla como amigos predeterminados con quienes compartimos un lazo de consanguinidad.

 Pero existe otro tipo de amigos escogidos, ya por el propio azar  bien por nuestra voluntad, a quienes decidimos amar y con quienes nos une un lazo emocional y espiritual, a veces, más fuerte que el de la sangre. Hay amigos más apegados que un hermano.

Los amigos son esa ayuda adecuada que Dios pone en el camino para arrancarnos esa soledad que todos llevamos dentro. Son esos faros que iluminan nuestra noche y que nos impulsan a esperar pacientemente la luz del día.

Hoy día todo el mundo habla de la amistad, pero pocos saben ser amigo. Muchos comienzan a construirla y hacen un hermoso e imponente edificio, pero su base es de arena: “...cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina”...

Un error común en el que incurrimos, es pensar que todos los que conocemos están llamados a ser nuestros amigos íntimos, y nos esforzamos tratando de lograrlo de lo cual solo obtenemos frustración y cansancio. Y, la familia, aún sin ser consciente de ello, puede llegar a ser un  auténtico obstáculo, en las verdaderas y naturales relaciones humanas. Es la vida..., nada más.

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